El Valencia despertó tarde de la siesta y comenzó el partido aletargado, como si le faltara el café vespertino, circunstancia de la que se aprovechó el Zaragoza, aunque a medias. Mediante Lanzaro marcó un tempranero gol –ya saben, a quien madruga, Dios le ayuda- en el minuto 2, pero perdonó una ventaja de escándalo en posteriores ocasiones.
Moyá, esta vez sí, fue vital a la hora de evitar complicaciones mayores. Salvó, todavía dentro del primer cuarto de hora, dos claras ocasiones que podrían haber cambiado la historia del partido. Primero un mano a mano con Lafita, y posteriormente un remate cruzado de Braulio. Todo esto, eso sí, bajo la anuencia de una pasiva retaguardia valencianista, un auténtico colador durante todo el primer tiempo.

No hay comentarios:
Publicar un comentario